Presentación del proyecto

Un equipo sanitario, formado por personal del CHUAC, centros de salud de primaria y especializada de A Coruña, Complexo Hospitalario Xeral – Calde de Lugo y Arquitecto Marside de Ferrol, proporciona asistencia sanitaria especializada quirúrgica, de consulta y formativa en los municipios de Murra, Quilalí , Wiwilí y Ocotal, en el departamento de Nueva Segovia (Nicaragua). Tres mil personas se ven beneficiadas por este proyecto sanitario de cooperación internacional con una década de experiencia.

Agareso y Solidaridade Galega visibilizan en este Diario de A Bordo la promoción de calidad sanitaria en este país centroaméricano.


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martes, 16 de noviembre de 2010

El futuro no lo marcan las estrellas



Loreto Costa (Ocotal, Nicaragua).- Lo más probable es que las trillizas María Elisa, María Leticia y María Patricia nunca conozcan a su padre. Carlos Vázquez, un chico de 20 años, abandonó a su madre al saber que estaba embarazada. Llevaban juntos tres meses. El fue su primer novio. Blanca Nubia parió con 14 años en el hospital de Ocotal. Las bebés nacieron con poco peso, en agosto, por lo que tuvieron que permanecer ingresadas dos meses y medio. Hoy les dan el alta. En el centro hospitalario no hay incubadoras. Dormían las tres en una camita, al lado de su madre, en una vieja habitación llena de pacientes de distintas edades. Como son de Wiwilí (a unas cinco o seis horas en autobús) Blanca Nubia y su madre permanecieron todo este tiempo en el hospital. La abuela de las criaturas dormía sentada en una silla de madera, mientras que la mamá se hacía un ovillo para entrar en una cama de las dimensiones de la de sus hijas.

Al que si conocerán las trillizas es a su “padrino”. El doctor Lopes está buscando medios económicos para ayudar a esta chiquilla, que vive en la extrema pobreza. Me contó que el podría ayudar a mantener a una de las niñas, pero no a las tres. Está en el último año de estudios de medicina y su sueldo no da para más. Va a hablar con la iglesia para que le ayuden a hacer una colecta, que le permita comprar leche para las bebés y arreglar la casa con las mínimas condiciones de habitabilidad.

“Quería pedirte un favor”, me dice ya en el exterior del hospital. “¿Podrías hablar con el personal de la brigada española o con gente de tu país para apadrinar a las niñas, por lo menos hasta que cumplan unos cinco años?”. Su propuesta me dejó sin palabras. No quería darle esperanzas prometiendo algo que, a lo mejor, no podía cumplir. Pero tampoco rechazarla sin valorar bien las posibilidades de llevarla a cabo. Al no haber una ONG especializada en apadrinamientos por medio,  tenía dudas de cómo podría hacerse llegar esa ayuda económica a las niñas con un mínimo de garantías. En definitiva, que no se quedara por el camino.  Así que le pedí al joven doctor que contactara conmigo por mail una vez analizada la situación y las vías para poder realizar el apadrinamiento. Yo le di unos córdobas a Blanca Nubia y me comprometí a hablar con los demás y divulgar esta historia.

También le pedí que me mantuviera informada sobre las necesidades del bebé Asensio, que habíamos visto nacer. “No te preocupes, el no tendrá problemas para criarse bien. Su familia es de posibles, tiene vacas”.

Esta expresión me retrotrajo a mi infancia, a las historias que me contaba mi madre de la posguerra. Ella no pasó hambre porque mis abuelos tenían vacas y un horno. Mi padre no tenía tanta suerte así que ella le pasaba pan a escondidas. Ese recuerdo familiar me hizo pensar en lo distinta que puede ser la vida de una persona dependiendo del hogar en el que nazca.

El futuro de estas tres preciosas trillizas está marcado de antemano, no por las estrellas ni las cartas, sino, simplemente, por haber nacido en una familia pobre. Que sea en Nicaragua o en Europa, es lo de menos.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Cambiar una vida

Loreto Costa (Ocotal, Nicaragua).- Con tan solo cinco años Yeudi pasará por tercera vez por el quirófano. Nació con los pies zambos y caminaba apoyándose en la cara externa del pie, prácticamente con el tobillo.

La conocimos jugando en el pasillo del hospital de Ocotal. Es una niña despierta y muy sociable, menos vergonzosa que otros pequeños. Como a casi todos los niños le encanta que le haga fotografías y verse en ellas. Hacemos varias antes de ponernos a dibujar. Al regalarle una caja de colores se la acerca al pecho con una gran sonrisa diciendo “qué bonito”.

La operación de la niña está programada para las doce y media pero su madre intenta que se adelante “porque su hija tiene hambre y no puede estar tantas horas sin comer”. César le explica que ella decide pero “el hambre se pasa comiendo, los pies no. Piénselo bien. Ya se fue hace dos días por ese motivo y sinceramente creo que vale la pena que la niña pase hambre unas horitas por una operación que le puede cambiar la vida.”
 
Yeudi entra en el quirófano tranquila, en el colo de María. Con voz dulce la enfermera la va preparando para la operación. Al ponerle el saturímetro en el dedo (es una especie de pinza que sirve para controlar el nivel de oxígeno en sangre) la niña se pone a jugar, igual que con el balón de anestesia. María y Carmen le dicen que es una chimbomba (globo) que tiene que inflar. 

Yeudi sonríe y agarra la mascarilla. Sin embargo su cara cambia al ver que Enrique tiene una jeringuilla en la mano. “Yo no quiero eso”, dice. Al acostarla en la camilla rompe a llorar.

Con ese llanto se despierta de la anestesia dos horas después. Solo está su madre para intentar calmarla, pero Yeudi llora desconsolada reclamando a su madre. Juan, César y Arturo nos comentan que no tiene dolor y que la operación ha sido un éxito aunque más compleja de lo previsto inicialmente.

El llanto de Yeudi contrasta con la serenidad de Katerine. Tiene 8 años y ha sido operada de las rodillas. Arturo nos la presenta en la habitación de planta donde está ingresada. Un cuarto de paredes descascarilladas y camas metálicas que enfrían un ambiente cargado de emociones y sufrimientos.

En él comparten espacio, niños y mayores de ambos sexos. Katerin tiene el gesto absolutamente serio. No se inmuta con los halagos ni con las fotografías. Pero cuando Arturo y María le regalan un muñeco, su boca forma una leve sonrisa.

En esa misma cama se recuperará un día después  Flavia, una adolescente de 14 años. “Me van a cortar un pie”, dice  sonriendo ligeramente.  Es de Jalapa. También nació con los pies zambos. Fue operada de pequeña pero no quedó bien.

El tobillo comenzó a inflamarse y a adquirir un patrón similar a una elefantiasis (tumefacción exagerada de la pierna) y una brigada americana le practicó una biopsia para ver si estaba afectada por la tuberculosis. “La incisión se infectó y necrosó el hueso” dice César, “No se podía hacer otra cosa, de lo contrario en un futuro tendrían que amputarle la pierna”. Cuando se lo dijeron, Flavia lloró toda su desgracia de una vez.

Al día siguiente  ya lo había asumido y su rostro volvió a transmitir su habitual belleza y dulzura y en poco tiempo retomará una adolescencia que no había podido disfrutar hasta el momento.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Revolucionados

Los pacientes se arremolinan esperando su turno en los pasillos
Loreto Costa, (Wiwili, Nicaragua).- La llegada de la brigada médica española revolucionó el centro de salud de Wiwilí. Los pasillos estaban abarrotados de gente, a pesar de que los médicos dicen que no avisaron de la llegada de las especialistas españolas para que no se colapsara el centro.

Pilar, la ginecóloga, atendió a 40 pacientes en una sola mañana, 110 personas pasaron por la consulta de oftalmología de Minuca y Fina, y Marta realizó 125 extracciones en un solo día, a pesar de tener que utilizar una silla común.

Pero además de enfermos, la asistencia de tanta gente al centro de salud atrajo también a personas que vieron la oportunidad de ganar unos pesos. Niñas que vendían rosquillas, mujeres que montaron un puesto con huevos, frijoles y comida casera, u otras que se trajeron hasta el asadero. El olor de la carne a la brasa se colaba a través de los cristales rotos de la consulta de odontología.

La estampa recordaba por momentos a un día de feria. Por los pasillos e incluso dentro de una consulta ginecológica nos encontramos con perros, buscando restos de comida. En la cola para oftalmología había una señora con una gallina. Y en el exterior de la entrada principal vimos un cerdo comiendo hierbecillas.

También nosotros llamamos la atención por andar con las cámaras de fotos y video, por “chelas” (blanquitos de piel) y por tener el cabello rubio. Cintia, la chiquilla encargada del ciber, me preguntó si me teñía el pelo. Al decirle que no, afirmó “pero los lunares si te los pintas”. Y mientras Miguel estaba grabando recursos, una niña que lo observaba se acercó a Miguel y le dijo ¿“Vas a ganar un Óscar”?

Igual que nosotros resultamos curiosos para ellos, a nosotros nos llaman la atención casos poco habituales en nuestra realidad diaria. “Fui baleado en los sentidos y desde aquella veo mal”, dice un hombre de 45 años al que le entró una bala en la sien durante la guerra. “¿Lo cogieron en una balasera?” lo interroga Fina utilizando vocabulario local en lugar de fuego cruzado. “¿Fue la contra?”, añade.“No, de la contra era yo. Fue el ejército sandinista”, contesta el hombre. La oftalmóloga coruñesa diagnostica que la bala debió dañar alguna terminación nerviosa y eso le provocó un dolor residual.

El otro caso era el de un chico joven, de 22 años, que recibió una puñalada en la ceja y otra en el pulmón. “Quería ver la posibilidad que tengo de recuperar la visión”, le dice a Minuca. Tenía el párpado caído y no veía nada. El ojo no se le movía. Lo habían agredido hacía un año al intentar robarle en casa. No lo denunció porque “pasaría como mucho 3 meses en la cárcel y cuando saliera sería enemigo de uno”.