Loreto Costa, (Murra, Nicaragua).- Esmérita tiene 67 años y nunca había ido al oculista. Vive en Piedras Blancas y hoy acude al centro de salud de Murra aprovechando la visita de la brigada médica española. Hace dos años que sufre Pterigium en los dos ojos. Se trata de una acumulación del tejido conjuntivo que crece e invade la córnea llegando hasta el centro del ojo o incluso superándolo.
La pérdida de visión que provoca puede llegar hasta el 90%. Es muy frecuente en Nicaragua por la exposición directa y prolongada al sol, trabajando en el campo. De hecho, el 40% de los pacientes atendidos por las oftalmólogas gallegas tenía Pterigium, (carnosidad, la llaman aquí).
La pérdida de visión que provoca puede llegar hasta el 90%. Es muy frecuente en Nicaragua por la exposición directa y prolongada al sol, trabajando en el campo. De hecho, el 40% de los pacientes atendidos por las oftalmólogas gallegas tenía Pterigium, (carnosidad, la llaman aquí).
Esmérita acude a la consulta acompañada de su hijo Víctor, de cuarenta años, que padece la misma patología. “Hace un tiempo que veo turbio”, dice la mujer, y añade “Ya no puedo costurar, me molesta mucho la luz, el resplandor. Y también me da quemazón cuando trabajo en el campo, plantando frijolitos y cafecito”. Le dan unas gafas para la presbicia, es decir, para ver mejor de cerca y deciden operarla primero a ella y después a su hijo.
No hay quirófano así que Fina, la voluntaria más veterana del grupo, ayudada por Teruca, enfermera que se estrenaba tanto en el terreno como en una intervención oftalmológica, realizan la intervención en una habitación corriente. Un pequeño cuarto amueblado únicamente con una camilla y una mesa. Mientras, Minuca continúa pasando consulta con el apoyo de Mónica.
Durante los 20 minutos que dura la intervención, Esmérita, aunque está nerviosa, se mantuvo prácticamente inmóvil. Le operan solo un ojo, para que pueda ver para volver a casa (andando le lleva una hora) y también durante el postoperatorio.
Para distraerla y ayudarla a relajarse, la oftalmóloga empieza a hacerle preguntas sobre su vida. La primera, un clásico “¿tiene conviviente?”. A Fina le encanta esa palabra. Por su experiencia de tantos años y por la religiosidad que impera en esta sociedad, la coruñesa le pregunta a la anciana si está rezando. Esmérita dice que sí, al Santísimo, Dios Todopoderoso. “Pues rece también por nosotras de paso, para que todo salga bien”, dice con retranca Fina. “Es que tengo que estar muy agradecida a Dios”, añade la mujer. “Si todo va bien fue cosa de Dios, si sale mal, fue culpa del cirujano. Como me dijo una vez una paciente. Ai!, é que Dios non ten mans” nos dice a nosotros riendo la gallega.
Mientras Esmérita se incorpora, Fina continúa interrogándola, para ayudarnos también a conseguir información para el reportaje audiovisual que estamos haciendo. La anciana resume su vida en pocas palabras. “Tuve marido hasta que se hizo de otra. Fui dejada con los 4 niños bien chiquitos. Tuve que sacarlos adelante yo sola, con mucho sacrificio”.
La segunda patología oftalmológica más frecuente son los traumatismos oculares. La tercera, defectos de refracción. Gente que necesita gafas porque ve mal de cerca y eso les dificulta realizar su trabajo habitual. Es común aquí por el envejecimiento prematuro de la población, igual que las cataratas.
La gente que vive en estas comunidades rurales no tiene dinero para comprarse gafas. Además tampoco es un artículo de primera necesidad. Minuca nos cuenta “el primer año traíamos monturas y les dábamos a los pacientes la receta para que pasaran por la óptica a recoger los vidrios”. Su precio era de 503 córdobas (18 euros). Antes de volver a España las oftalmólogas pasaron por la tienda para saber cuantos habían ido a buscar las gafas y se encontraron con que ni uno solo lo había hecho.
Todo lo contrario que Arling. El pequeño, de 10 años no se quita las gafas ni un segundo. Lo conocimos en el centro de salud. Después lo encontramos en la escuela y luego venía a hacernos visitas al ambulatorio.
Nos hicimos amigos y, como le gustaba leer, el último día, por la tarde, Miguel le regaló el libro que se había llevado al viaje, Tuareg. Por la noche regresábamos a Ocotal. Arling vino a despedirnos. Dijo que no nos iba a olvidar. Después, se acercó a Caruncho y con su dulce sonrisa le contó que ya se había leído dos páginas
Menudo trabajo estais haciendo... Y menudo trabajo hacen en Nicaragua los médicos gallegos. Eso sí es solidaridad... Mi enhorabuena a todos.
ResponderEliminarEstrella
La práctica de la escuela de periodismo social que navega en las profundidades de las relaciones humanas. Solo así se podrá relatar una historia repleta de sentido y sinceridad... Esta brigada sigue creciendo en humanidad, entrega y profesionalidad... ¡Admirable! La labor de nuestros profesionales de la medicina gallega. Debemos estar agradecidos por representar a una sociedad con esa calidad personal, un abrazo para tod@s
ResponderEliminarMenudo trabajo... Cada vez encontramos mas razones para seguir apostando por la cooperación y la solidaridad.
ResponderEliminarPor favor, seguir así.
Roberto.