Presentación del proyecto

Un equipo sanitario, formado por personal del CHUAC, centros de salud de primaria y especializada de A Coruña, Complexo Hospitalario Xeral – Calde de Lugo y Arquitecto Marside de Ferrol, proporciona asistencia sanitaria especializada quirúrgica, de consulta y formativa en los municipios de Murra, Quilalí , Wiwilí y Ocotal, en el departamento de Nueva Segovia (Nicaragua). Tres mil personas se ven beneficiadas por este proyecto sanitario de cooperación internacional con una década de experiencia.

Agareso y Solidaridade Galega visibilizan en este Diario de A Bordo la promoción de calidad sanitaria en este país centroaméricano.


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lunes, 15 de noviembre de 2010

Cambiar una vida

Loreto Costa (Ocotal, Nicaragua).- Con tan solo cinco años Yeudi pasará por tercera vez por el quirófano. Nació con los pies zambos y caminaba apoyándose en la cara externa del pie, prácticamente con el tobillo.

La conocimos jugando en el pasillo del hospital de Ocotal. Es una niña despierta y muy sociable, menos vergonzosa que otros pequeños. Como a casi todos los niños le encanta que le haga fotografías y verse en ellas. Hacemos varias antes de ponernos a dibujar. Al regalarle una caja de colores se la acerca al pecho con una gran sonrisa diciendo “qué bonito”.

La operación de la niña está programada para las doce y media pero su madre intenta que se adelante “porque su hija tiene hambre y no puede estar tantas horas sin comer”. César le explica que ella decide pero “el hambre se pasa comiendo, los pies no. Piénselo bien. Ya se fue hace dos días por ese motivo y sinceramente creo que vale la pena que la niña pase hambre unas horitas por una operación que le puede cambiar la vida.”
 
Yeudi entra en el quirófano tranquila, en el colo de María. Con voz dulce la enfermera la va preparando para la operación. Al ponerle el saturímetro en el dedo (es una especie de pinza que sirve para controlar el nivel de oxígeno en sangre) la niña se pone a jugar, igual que con el balón de anestesia. María y Carmen le dicen que es una chimbomba (globo) que tiene que inflar. 

Yeudi sonríe y agarra la mascarilla. Sin embargo su cara cambia al ver que Enrique tiene una jeringuilla en la mano. “Yo no quiero eso”, dice. Al acostarla en la camilla rompe a llorar.

Con ese llanto se despierta de la anestesia dos horas después. Solo está su madre para intentar calmarla, pero Yeudi llora desconsolada reclamando a su madre. Juan, César y Arturo nos comentan que no tiene dolor y que la operación ha sido un éxito aunque más compleja de lo previsto inicialmente.

El llanto de Yeudi contrasta con la serenidad de Katerine. Tiene 8 años y ha sido operada de las rodillas. Arturo nos la presenta en la habitación de planta donde está ingresada. Un cuarto de paredes descascarilladas y camas metálicas que enfrían un ambiente cargado de emociones y sufrimientos.

En él comparten espacio, niños y mayores de ambos sexos. Katerin tiene el gesto absolutamente serio. No se inmuta con los halagos ni con las fotografías. Pero cuando Arturo y María le regalan un muñeco, su boca forma una leve sonrisa.

En esa misma cama se recuperará un día después  Flavia, una adolescente de 14 años. “Me van a cortar un pie”, dice  sonriendo ligeramente.  Es de Jalapa. También nació con los pies zambos. Fue operada de pequeña pero no quedó bien.

El tobillo comenzó a inflamarse y a adquirir un patrón similar a una elefantiasis (tumefacción exagerada de la pierna) y una brigada americana le practicó una biopsia para ver si estaba afectada por la tuberculosis. “La incisión se infectó y necrosó el hueso” dice César, “No se podía hacer otra cosa, de lo contrario en un futuro tendrían que amputarle la pierna”. Cuando se lo dijeron, Flavia lloró toda su desgracia de una vez.

Al día siguiente  ya lo había asumido y su rostro volvió a transmitir su habitual belleza y dulzura y en poco tiempo retomará una adolescencia que no había podido disfrutar hasta el momento.

Anestesia total

Loreto Costa, (Ocotal, Nicaragua).- De camino a Ocotal dejamos a Marta y a Puri en Quilalí, donde iban a trabajar una semana. El resto de la brigada se quedó en Wiwilí tres dìas más. Nosotros continuamos hasta la ciudad donde se había refugiado el presidente de Honduras, Manuel Zelaya, el año pasado.

Durante dos horas le estuvimos preguntando a Lidia historias sobre la revolución sandinista. El país está actualmente dividido entre los que apoyan al presidente, Daniel Ortega (danielistas) los que son críticos con algunas de sus actuaciones y decisiones (sandinistas), y los que conforman la oposición (liberales). 

Llegamos al hospital de Ocotal a las ocho de la mañana del día siguiente. En la sala de espera ya estaba Yaosca con su hijo, “nuestro ahijado”, el bebé Asensio (mientras no tienen nombre los niños son registrados en el hospital con el apellido del padre).

Salió a las tres de la mañana de Wiwilí para que César valorara al niño. El traumatólogo de As Pontes le da una buena noticia a Yaosca, el bebé está bien, no tiene los pies zambos, están deformados por una postura durante el embarazo.

Por la consulta de traumatología pasaron numerosos pacientes como Sabina, una mujer de 49 años con una enfermedad neurológica muy agresiva que le afecta a la movilidad de las dos piernas. “Camino con la canilla (muleta) saltando con una pierna”, dice. Su problema no es muscular. César le da pastillas para que le alivien el dolor, no se puede hacer más por ella.

Después de pasar consulta los tres traumatólogos gallegos entraron en quirófano. El primer paciente era Neri Beltrán, de 22 años. Tuvo luxado un codo durante 9 meses, por un accidente de tráfico, algo inconcebible en España. También tuvieron que hacerle una traqueotomía, que lo dejó mudo.

La segunda operación fue a Isai, un niño de 12 años, de Murra. “Se rompiò el brazo al caer de una viga”, dice su madre con un tono de reproche tan familiar como el de cualquier madre gallega. Isai tiene unos ojos preciosos pero el gesto serio, como desconfiado. Estaba con sus abuelos en Jícaro para poder ir a la escuela.

Después de la operación, su madre comenta que el niño tenía miedo, creía que al dormirse iba a “amanecer muerto”. Puede ser un efecto secundario de la ketamina, sedante que se utiliza para anestesiar a los pacientes.

Estando en el quirófano, Juan, César y Arturo nos comentan los problemas de higiene y esterilización que han tenido. Una plaga de hormigas y falta de agua, suciedad, presencia de insectos….son algunas de las adversidades higiénicas que ha tenido que superar el personal sanitario gallego.

martes, 9 de noviembre de 2010

Vivir en penumbra

Loreto Costa, (Murra, Nicaragua).- Esmérita tiene 67 años y nunca había ido al oculista. Vive en Piedras Blancas y hoy acude al centro de salud de Murra aprovechando la visita de la brigada médica española. Hace dos años que sufre Pterigium en los dos ojos. Se trata de una acumulación del tejido conjuntivo que crece e invade la córnea llegando hasta el centro del ojo o incluso superándolo.

La pérdida de visión que provoca puede llegar hasta el 90%. Es muy frecuente en Nicaragua por la exposición directa y prolongada al sol, trabajando en el campo. De hecho, el 40% de los pacientes atendidos por las oftalmólogas gallegas tenía Pterigium, (carnosidad, la llaman aquí).

Esmérita acude a la consulta acompañada de su hijo Víctor, de cuarenta años, que padece la misma patología. “Hace un tiempo que veo turbio”, dice la mujer, y añade “Ya no puedo costurar, me molesta mucho la luz, el resplandor. Y también me da  quemazón cuando trabajo en el campo, plantando frijolitos y cafecito”. Le dan unas gafas para la presbicia, es decir, para ver mejor de cerca y deciden operarla primero a ella y después a su hijo.

No hay quirófano así que Fina, la voluntaria más veterana del grupo, ayudada por Teruca, enfermera que se estrenaba tanto en el terreno como en una  intervención oftalmológica, realizan la intervención en una habitación corriente. Un pequeño cuarto amueblado únicamente con una camilla y una mesa. Mientras, Minuca continúa pasando consulta con el apoyo de Mónica.

Durante los 20 minutos que dura la intervención, Esmérita, aunque está nerviosa, se mantuvo prácticamente inmóvil. Le operan solo un ojo, para que pueda ver para volver a casa (andando le lleva una hora) y también durante el postoperatorio.

Para distraerla y ayudarla a relajarse, la oftalmóloga empieza a hacerle preguntas sobre su vida. La primera, un clásico “¿tiene conviviente?”. A Fina le encanta esa palabra. Por su experiencia de tantos años y por la religiosidad que impera en esta sociedad, la coruñesa le pregunta a la anciana si está rezando. Esmérita dice que sí, al Santísimo, Dios Todopoderoso. “Pues rece también por nosotras de paso, para que todo salga bien”, dice con retranca Fina. “Es que tengo que estar muy agradecida a Dios”, añade la mujer. “Si todo va bien fue cosa de Dios, si sale mal, fue culpa del cirujano. Como me dijo una vez una paciente. Ai!, é que Dios non ten mans” nos dice a nosotros riendo la gallega.

Mientras Esmérita se incorpora, Fina continúa interrogándola, para ayudarnos también  a conseguir información para el reportaje audiovisual que estamos haciendo. La anciana resume su vida en pocas palabras. “Tuve marido hasta que se hizo de otra. Fui dejada con los 4 niños bien chiquitos. Tuve que sacarlos adelante yo sola, con mucho sacrificio”.

La segunda patología oftalmológica más frecuente son los traumatismos oculares. La tercera, defectos de refracción. Gente que necesita gafas porque ve mal de cerca y eso les dificulta realizar su trabajo habitual. Es común aquí por el envejecimiento prematuro de la población, igual que las cataratas.

La gente que vive en estas comunidades rurales no tiene dinero para comprarse gafas. Además tampoco es un artículo de primera necesidad. Minuca nos cuenta “el primer año traíamos monturas y les dábamos a los pacientes la receta para que pasaran por la óptica a recoger los vidrios”. Su precio era de 503 córdobas (18 euros). Antes de volver a España las oftalmólogas pasaron por la tienda para saber cuantos habían ido a buscar las gafas y se encontraron con que ni uno solo lo había hecho.

Todo lo contrario que Arling. El pequeño, de 10 años no se quita las gafas ni un segundo. Lo conocimos en el centro de salud. Después lo encontramos en la escuela y luego venía a hacernos visitas al ambulatorio.

Nos hicimos amigos y, como le gustaba leer, el último día, por la tarde, Miguel le regaló el libro que se había llevado al viaje, Tuareg.  Por la noche regresábamos a Ocotal. Arling vino a despedirnos. Dijo que no nos iba a olvidar. Después, se acercó a Caruncho y con su dulce sonrisa le contó que ya se había leído dos páginas