Loreto Costa, (Ocotal, Nicaragua).- Cristian tiene 3 años y la mirada más triste que he visto en Nicaragua. Está sentado en una silla, al lado de su madre, con las piernas inertes. Ella nos comenta que está esperando la valoración médica que le diga por qué su hijo no camina y si llegará a hacerlo algún día
César, uno de los traumatólogos de Solidariedade Galega, le pide que le enseñe la espalda, y al verla, diagnostica una espina bífida (un defecto de cierre de la columna vertebral). Además de no poder andar, la enfermedad provoca, entre otras cosas, falta de control de los esfínteres.
En España un niño con ese problema podría ser operado, aunque no mejoraría mucho su calidad de vida. Por su complejidad, su elevado coste y la corta esperanza de vida, la intervención en Nicaragua ni se plantea.
Cristian podría morir en unos meses de hidrocefalia (aumento de la presión intracraneal) o meningitis. La falta de medios, educación y sobre todo la pobreza en la que vive una gran parte de la población impide que puedan tener unas condiciones de habitabilidad mínimamente higiénicas.
A pesar de la gran ayuda que presta la brigada médica de Solidariedade Galega, la necesidad es tal que su enorme trabajo se queda pequeño. Pero incluso las situaciones más dramáticas, son asumidas sin caer en la impotencia.
El personal sanitario tiene que imponerse una especie de coraza para evitar que los casos tan duros que tratan a diario puedan afectarles psicológicamente. De lo contrario no podrían hacer su trabajo. El tiempo que viva, Cristian está condenado a una silla, que ni siquiera es de ruedas. Sin darse cuenta su rostro refleja esa cruda realidad.
A Cristian lo conocimos en Pipitos, un centro regional de rehabilitación y educación temprana para atender a niños con discapacidad. Lleva tan solo dos meses funcionando en Ocotal y en ese corto periodo de tiempo ya han realizado 540 atenciones a 130 niños. En el centro se trabajan cuatro áreas: estimulación temprana, fisioterapia, terapia del lenguaje y autonomía.
Allí conocimos también a Kati Milagro, de cinco años, con parálisis cerebral y a Ebert, de 18, con síndrome de down. Increíblemente, hasta su mayoría de edad, Ebert no ha sido sometido a estudio médico alguno ni ha recibido ningún tipo de estimulación. Es completamente dependiente, incapaz siquiera de vestirse solo.
La discapacidad es una realidad dentro de múltiples realidades. No es una situación localizada en un determinado punto o puntos geográficos. Este reportaje, al hilar varias historias, demuestra que afrontar esta serie de circunstancias familiares y personales no conocen fronteras. Inmensa labor de aproximación a uno de los proyectos de cooperación de promoción de la salud con notables antecedentes. Un fuerte abrazo. Juan DS
ResponderEliminarEfectivamente como dices, Loreto, la fotografía del pequeño Cristian te parte el alma. Puede que sea el niño con la mirada más triste que has visto en Nicaragua, pero yo también veo en él esa infancia truncada, una obligada madurez que no corresponde con un niño de tan sólo tres años...
ResponderEliminarEs una muestra de que la discapacidad siempre es duro de afrontar, pero especialmente en los países del Sur, en donde las condiciones sanitarias no son siempre las mejores. Proyectos como este tal vez puedan cambiar algo la situación.
Es un trabajo fantástico el que estáis realizando en Nicaragua. Con cada crónica, os acompañamos en este relato de una realidad que muchos desconocíamos, o preferíamos desconocer.
Un saludo.
Se non o poden operar, habería que traballar con el psicoloxicamente para que non se sinta menos. Deberían tomar nota da familia de Mohammad, o rapaz palestino co que falamos en Jenin. El ten espina bífida, é parapléxico, pero fai unha chea de cousas: baloncesto, estuda na universidade, é voluntario da Media Lúa Vermella... http://agaresocaminosdepaz.blogspot.com/2010/10/mohammad-sin-limites-en-palestina-pesar.html
ResponderEliminarYo no se que decir, me ha emocionado mucho.
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